Los diablos vuelven a La Vega por Carnaval

No es un domingo cualquiera en La Vega. Es primero de febrero, fecha marcada en rojo en el calendario vegano. Desde primera hora de la mañana huele a fiesta. Las cintas de colores bailan al viento. Se colocan vallas y pancartas. Los veganos retocan deprisa los trajes ultimando detalles para el desfile. Pero no es hasta las 5 de la tarde, con el sol en descenso, que los Diablos Cojuelos vuelven a tomar las calles dispuestos a ser traviesos y repartir vejigazos. Comienza el mes de oro para la ciudad más antigua de República Dominicana, quien presume de tener el carnaval más vistoso del Caribe. Son cuatro domingos de verbena, diversión y tradición en el alto valle del río Camú, en el interior de la isla: el Carnaval de La Vega.

El Carnaval de La Vega, donde danzan los Diablos Cojuelos.

Cuentan los cronistas que la Historia del Carnaval de La Vega se remonta al año 1520. El fraile protector de los indígenas, Bartolomé de las Casas, visitaba la ciudad crecida en torno a La Concepción, fortaleza defensiva fundada por el Almirante Cristóbal Colón: La Vega Vieja. Antes de ser asolada por un terremoto y trasladada a su ubicación actual, durante los festejos de carnaval sus vecinos se disfrazaban de moros y cristianos. Entre bailes de cintas y celebraciones «a la española», el cura sacaba al Diablo atado con una cadena a pasear por la ciudad. El ser maligno de máscara medieval fue evolucionando hasta hoy, apropiándose de ropajes brillantes. Con sus dientes afilados y ojos saltones se ha multiplicado hasta mil, amenazando a la multitud con el objeto definitivo: una vejiga de toro. Con ella azota a los transeúntes que, durante el desfile, osan abandonar la acera y aventurarse por la calzada. Duele. Y deja moratón. Como dicen acá, no es traidor quien avisa.

Un domingo en el carnaval vegano

Atrás dejamos la costa, las playas de palmeras y aguas turquesas que veníamos buscando en nuestra ruta por libre por República Dominicana. Nos hemos aventurado por carreteras irregulares, agujereadas, repletas de baches con un coche alquilado. Vivir un Carnaval de La Vega bien lo vale, o eso nos han dicho. A las cinco estamos puntuales, estacionando en el parking de una cadena de supermercados Bravo, a cinco minutos caminando de la calle principal por donde discurre el desfile de máscaras: Manlio Bobadilla. Ritmos caribeños, casetas de cerveza Presidente, jóvenes disfrazados; el ambiente promete. Cogemos sitio junto a la valla, esa que protege de llevarse un «vejigazo». Fuera de ella, más vale mantenerse alejada de los Diablos.

Un desfile de 6000 Diablos Cojuelos.

Nos acompaña una amiga vegana, que nos advierte: mochilas delante, nada de valor a la vista. ¿La cámara? Sí, podemos tomar fotos desde el vallado. Después, mejor guardarla. José Gutiérrez está tras la barrera, camiseta naranja en la que se puede leer «Seguridad». Lleva 35 años participando en el Carnaval de La Vega. Primero, como diablo. Ahora cacheando y revisando las vejigas, incautando las ilegales. «Les ponen piedras para que duelan más». Comienza el desfile de comparsas, al que se suman 6000 diablos que corren y danzan, junto a otros personajes míticos: Quico El Muñeco, el Hombre y el Mono, las Monjas (diabólicas), Roba la gallina, el poeta criticón Califé, los Indios, los Africanos, los Platanuses… Incluso Fidel Castro o Donal Trump no se pierden el Carnaval de La Vega. José a todos conoce; saluda y da abrazos. También requisa vejigas y sanciona a los infractores.

La jornada grande del carnaval vegano: el Día de la Independencia.

Jarana e Historia para un pueblo volcado en su tradición: el carnaval es el gran acontecimiento del año. En cada ocasión los veganos se confeccionan un nuevo disfraz. Bajo las máscaras se esconden rostros de hombres y mujeres; otros al alzarla tímidamente se descubren tan sólo niños. Los más pequeños corretean con vejigas de mentira, jugando a dar en los cachetes. Saludan el rey y la reina. Cuando termina el desfile, se da paso a la fiesta amenizada con conciertos en los escenarios de las plazas. Sólo es el primer domingo de febrero, un aperitivo para lo que se avecina. La jornada grande culmina el 27 de febrero, Día de la Independencia.